viernes, 12 de septiembre de 2008
MIS FAVORITAS RECIENTES: CODIGO 46 (2003)
Antes de empezar, he de decir que, pese a incluir Código 46 en esta sección periódica de Mis favoritas recientes, esta me parece una película de resultados relativamente, e incluso notablemente, decepcionantes.
¿Porqué, pues, decido dedicarle este espacio? Los motivos son varios: las expectativas que me creó a priori este film, así como su punto de partida, me parecen muy interesantes, y el género de ciencia-ficción lo tengo un poco abandonado en este Fan-cine fantaterrorífico, que, por su nombre, requiere también un espacio para el cine fantástico.
Por otro lado siempre dije que quería alternar artículos sobre temáticas más distendidas, con otros dedicados a producciones de mayor regusto cinéfilo; y últimamente me estoy inclinando más por lo primero, con lo cual debo equilibrar la balanza.
A ello hay que añadir que, recientemente, algún canal televisivo la ha proyectado en versión original con lo que he podido revisarla.
Y por último, influye que el realizador de Código 46 sea el británico Michael Winterbottom, uno de los directores relativamente de última hornada que siempre ofrece algo interesante, aún moviéndose en temáticas muy diversas, y que además situó esta producción prácticamente entre dos títulos de su filmografía con temática muy relacionada con la música (mi otra gran pasión confesa): 9 songs (2004) y, especialmente, 24 hours party people (2002), resumen dramatizado de la escena musical de la ciudad de Manchester desde finales de los 70 hasta mediados de los 80, a través de los ojos del personaje del productor y periodista Tony Wilson.
Entrando en materia, en Código 46 podemos hallar ciertas reminiscencias con Blade Runner (1982), empezando por el hecho de tratarse de un thriller ambientado en un futuro que se plantea de una forma no muy amable: la destrucción de la capa de ozono hace que las actividades cotidianas se trasladen a la noche, mientras se duerme de día, y además se ha desertizado gran parte del planeta, lo que ha provocado superpoblación en las grandes ciudades y en las zonas más fértiles. Esto también conlleva a una masiva mezcla de culturas que se traduce incluso en la utilización de una mixtura de lenguas a la hora de hablar (algo más apreciable en la versión original).
Pero también produce que acceder a las grandes urbes esté muy controlado, hasta el punto de requerir unos visados muy difíciles de conseguir. Se han generalizado una especie de virus o pastillas que generan o permiten determinados comportamientos: desde leer la mente de una persona a rechazar el contacto físico, igualmente, la clonación es algo muy extendido, lo que genera una serie de conflictos morales.
En este escenario, nos encontramos con una historia propia del cine negro. Un detective debe investigar la producción fraudulenta de estos visados para acceder a las superficies habitadas. Lo que ocurre es que se enamora de la chica responsable de estas falsificaciones (otra similitud con Blade Runner: el enamorarse de la mujer equivocada).
Hasta aquí todo perfecto. ¿Dónde falla, pues, Código 46?
En mi opinión, en varios aspectos: parece que los elementos fantásticos son excusa para centrarse en la historia amorosa o en situaciones y reflexiones más personales de los personajes. La narración adolece de ritmo y garra, y, a mi juicio, la pareja protagonista, Tim Robbins y la británica Samantha Morton, carece completamente de química. En el caso de él, parece fuera de lugar en todo el metraje, mientras que ella, pese a ser una estupenda actriz, y a que poco antes ya había tenido un papel preponderante en otro film fantástico, Minority report (Steven Spielberg, 2002), ni encaja como femme fatale ni como mujer perturbadora.
No obstante, pese a la frialdad del resultado final y otras cuestiones, merece ser revisada.
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