Antes que nada, y para contrarrestar a toda aquella gente que se sienta contrariada por el hecho de que incluya un artículo de Roland Emmerich en la sección The Z Files, he de decir que no considero en absoluto que las películas de este director alemán a las que voy a hacer referencia se encuentren dentro de esta categoría.
Si considero, en cambio, que la etapa comercial de este realizador, nacido en Stuttgart (Alemania), en 1955, es tan taquillera como nefasta a nivel cualitativo, pese a que haya manejado presupuestos multimillonarios y muchos espectadores hayan acudido a ver sus films. Pero al contrario que su compatriota Wolfgang Petersen, que hizo fama en su país con El submarino o La historia interminable, y mantuvo ciertos criterios de calidad en los USA con En la línea de fuego o La tormenta perfecta (aunque no siempre, Troya o Air force one son ejemplos contrarios), este no es el caso de Emmerich.
Tras las simpáticas coproducciones primerizas de las que voy a hablar, se ha entregado a un cine tan (a priori) espectacular como infumable. Son ejemplos de ello: Soldado Universal, Stargate (quizá la menos mala), Godzilla, El Patriota, Independence day, El día de mañana o la oportunista (título incluido) 10.000.
No obstante, hubo un tiempo, a mediados de los 80, en que era posible mezclar el género de terror, la comedia y el cine para adolescentes, sin producir sonrojo, más bien al contrario, se podían realizar cintas con una calidad por encima de la media en la especialidad y aún recordadas, como Noche de miedo (Tom Holland, 1984), Jóvenes ocultos (Joel Schumacher, 1987) o El terror llama a su puerta (Fred Dekker, 1986), esta última relacionada con una de las pelis de las que voy a hablar.
En esta apoteosis de las series B, es cuando aparece Emmerich en escena. Tras su ópera prima El principio del Arca de Noé (1984), un producto de ciencia-ficción relativamente futurista y con naves espaciales, llega El secreto de Joey (Joey, 1987), también conocida como Making contact, con evidentes influencias de Poltergeist, Gremlins o E.T. (es posible que el haber mencionado alguna de estas películas en mi último artículo me haya inspirado para éste).
Se trata de una coproducción entre Estados Unidos y Alemania (entonces aún occidental), y aunque realizada con capital fundamentalmente teutón, trata de parecer americana a todos los efectos. El protagonista es un niño, el Joey del título, que ha perdido recientemente a su padre. Traumatizado por este triste acontecimiento, un día empieza a contactar supuestamente con él a través de su teléfono de juguete.
Pero con quien está hablando en realidad es con un muñeco de ventrilocuo que tiene vida propia, imitando la voz de su progenitor, y que resulta ser bastante malvado, además de un rato feo.
En resumen, una producción sin muchas pretensiones, básicamente destinada a un público infantil y juvenil, con algún momento inquietante, surgida claramente a la sombra de los éxitos del cine made in USA que mencionaba anteriormente y cuyo recuerdo no tengo fresco en mi memoria.
Un par de años más tarde llegaba El secreto de los fantasmas, también conocida originalmente como Hollywood monster o Ghost chase, según el caso. Repitiendo, por cierto, la pareja protagonista de la antes mencionada El terror llama a su puerta (Night of the creeps), Jason Lively y la encantadora pero olvidada (al mismo tiempo que este tipo de cine) Jill Whitlow, a los que aquí se añade Tim McDaniel.
Estos interpretan a dos amigos y a la novia de uno de ellos, que están rodando una peli casera (por decir algo) de terror, como director y pareja protagonista. Un día, se ven agraciados con una herencia; al parecer solo consta de un reloj, pero este resulta ser algo así como mágico y conduce a un tesoro que también es perseguido, al precio que sea, por un malvado magnate de Hollywood, que utiliza para ello a una especie de sicario con un acento muy raro (tal vez alemán). También entra en juego el fantasma del mayordomo del abuelo de uno de los protagonistas, verdadera estrella de la película, ya que interactúa a través de un muñequito creado para la ocasión, el cual, por su aspecto, tiene toda la pinta de haber sido hecho con retales de E.T. o del entrañable Yoda de la saga Star wars, y que ayudará a los protagonistas a encontrar lo que buscan.
Por no revelar más, comentar en definitiva que estas dos películas debemos situarlas en el contexto de su época y por otro lado, resultan difíciles de recuperar hoy día, habida cuenta que este tipo de producciones han desaparecido, por desgracia, de las parrillas de TV y están descatalogadas, por regla general, en el mercado videográfico. Pero, volviendo al principio, nos sirve para ver el tipo de cine con el que comenzó un director como Emmerich, que, aunque intrascendente, resulta, a mi juicio, preferible a su evolución posterior.
viernes, 8 de agosto de 2008
THE Z FILES: LOS INICIOS DE ROLAND EMMERICH
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2 comentarios:
aburrido...
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